martes, 22 de diciembre de 2015

Cómo llegué a este blog

No sé si pueda distinguir cuándo fue ese momento en que me di cuenta que cultivar una vida "espiritual" era algo importante para mí. Pienso. ¿Cuándo empezó todo? Al menos en esta vida. No lo sé, aunque quisiera saberlo. Lo que sí tengo recuerdo es el de haber crecido en un hogar católico, haber estudiado en un colegio profundamente católico y haber realizado los ritos correspondientes a esa religión. Me daba pereza rezar el rosario eso sí, mientras que mi mejor amiga desde niñas lo repetía a diario en vacaciones. Hice la Primera Comunión con vestido blanco y diademita de flores en la cabeza. Luego, la Confirmación en esa fe durante mis años de secundaria. Todo de acuerdo con el guión establecido desde que nací. 

Pero algo empezó a cambiar cuando fui a la universidad. Tampoco puedo recordar el momento exacto (¿será que debo comer más pescado?) en que los sermones del sacerdote en lugar de producirme inspiración me generaban rechazo y hasta indignación. ¡Qué ganas me daban de levantar la mano y objetar! Pero no pues, no se podía hacer semejante cosa y quedaba no más estar sentada con cara de paco. 

¿Cuándo llegó a mis manos mi primer libro de Anthony de Mello? Exacto, tampoco lo recuerdo. Irónicamente, un libro de ese sacerdote jesuita me puso en el camino que me llevó a alejarme por completo de la religión que viví por casi 23 años. Y no es que él profesara rechazo a la Iglesia Católica o expusiera casos de pederastia o discriminación. El simplemente se dedicó a recopilar parábolas, cuentos, anécdotas de diferentes religiones y tradiciones, las que acompañaba con una reflexión de una línea o dos. Aunque no llegué al budismo hasta muchos años después de leerlo, descubrí al releerlo que en esa época había subrayado un capítulo dedicado a Buda. "He aquí una fórmula para la contemplación: Vive totalmente en el presente". Quizás sin saberlo, eso sembró en mi continuum mental las semillas que germinaron cuando se dieron las causas y condiciones apropiadas. Quizás esas semillas vienen de mucho, mucho tiempo atrás. 

Mi período post-catolicismo fue caracterizado por un ateísmo hardcore en el cual la ciencia era ley. Un ateísmo que si bien lo sentía inevitable, no por eso fue menos doloroso en ciertas ocasiones. Como cuando mi mamá tuvo una metástasis cancerígena en el cerebro y tuvieron que operarla de emergencia. No podía pretender que ahora sí, ahí estaba ese dios que hasta hace poco me resultaba inexistente. Ese dios todopoderoso que puede ayudarte a resolver todos tus problemas. Lo único que podía hacer era limitarme a confiar en la medicina y la habilidad del cirujano, y descubrir que definitivamente hay cosas de las que no se vuelven. Que una vez que las descubres ya no puedes echarte para atrás y hacer como que no viste nada. 

Ser atea me transformó en una persona sin dios pero no sin ley, como muchos suelen creer. Mi primer tatuaje, la palabra africana "ubuntu", respondía a ese deseo de querer plasmar en piel en lo que sí creía. En aquello que regía mi vida. Eso era la creencia de que "soy porque somos", código ético con el cual buscaba ayudar y no hacer daño, partiendo de la conciencia de que somos interdependientes. 

Aunque el tiempo siguió, esa hambre de encontrar algo más para cultivar mi mente y mi corazón, solo se hizo presente con una fuerza aún mayor. ¡Qué me iba a imaginar que la respuesta me llegaría gracias a las redes sociales! Un día, revisando mi cuenta de twitter leí que estaban promocionando un taller de meditación mindfulness. Me inscribí y al asistir algo me llamó la atención de la instructora. Algo en su voz. Algo en su presencia. Dijo ser psicóloga, y aunque en esa época yo me estaba atendiendo con otra terapeuta, recuerdo con claridad haber pensado, "algún día iré a su consulta". 

Pasaron seis meses hasta que me dio un episodio en el que me sentí tan perdida que, con lágrimas en los ojos, busqué entre mis contactos de Facebook a la profesora de meditación que me había dado buena espina. Le pedí cita con urgencia, y por esas gracias de la vida o el karma, justo se le había desocupado un turno. Esa psicóloga resultó no sólo ser maestra de meditación, sino practicante budista. Y se hizo la luz. Han pasado dos años desde ese día, dos años en los que he podido encontrar en el budismo, la guía de crecimiento que había estado buscando. 

Esta bitácora digital me acompañará en este camino de descubrir mi propia naturaleza búdica. De sintonizar con esa claridad y sabiduría, que me permitan ser verdaderamente libre y ayudar a los demás, de la mejor forma posible. Que me permitan, aunque me intimide decirlo, convertirme en una Bodhisattva. 

Que estas líneas y todo lo que contenga esta página, beneficie positivamente a quienes la visiten. Que todos podamos ser felices y libres de sufrimiento. Que todos podamos llegar a cambiar el nombre de este blog, por un sí.

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